Padre de las Familias y
de los Jóvenes
“¡Oh
mis almas de titanes, que recorren su sendero sin probar el dulce néctar que se
encuentra en el amor!”1 Es así como el Padre Pro expresa su razón de
vivir y su misión compartida por Cristo. El Beato Miguel Agustín Pro Juárez fue
un sacerdote Jesuita, mártir y mexicano que murió por la causa de Cristo, de
manera específica por la evangelización y salvación de las almas, especialmente
de México.
Nació
en el seno de una familia muy cristiana el 13 de enero de 1891 en Guadalupe,
Zacatecas. Sus padres Miguel y Josefa lo fueron llevando por el sendero de su
vocación desde temprana edad. Fue el tercer hijo de once hermanos y parte de su
adolescencia trabajó en las minas con su padre. Siempre fue un niño muy alegre
y obediente, devoto a la Virgen María y entregado a su familia. Parte de su
formación sacerdotal fue fuera de México y cuando regresó ejerciendo el
ministerio sacerdotal le tocó vivir los años de la guerra cristera (conflicto
entre el gobierno mexicano y la Iglesia), lo cual le ayudó a convertirse en un
Cristo nuevo y auténtico para el pueblo
mexicano.
La
vida entera del Padre Pro es completamente ejemplar, pero desde su sacerdocio
se puede afirmar que se convirtió en modelo de Cristo de manera única y
original para todos los católicos. Debido a la riqueza que aporta su vida, siendo
“sacerdote modelo de alegría, de creatividad apostólica y audacia en su
fidelidad a Cristo, a la Iglesia, a su Misión y a su Patria”,2 se
constituyó Patriarca de la comunidad de Misioneros de Familia y Juventud,
reconociendo en él específicamente las virtudes de la caridad, el trabajo
incansable, la entrega, la alegría y la obediencia.
Los
Misioneros de Familia y Juventud (MFJ), o también conocidos como Aliados para
la Familia y la Juventud (ALPAFJ), son una sociedad de vida apostólica
constituida por sacerdotes y laicos consagrados vinculados en una Alianza con
Dios, que tienen la misión de transmitir de manera dinámica el amor de Cristo,
preferentemente en la familia y la juventud, para construir el Reino de Dios
aquí en la tierra. El hecho de que el Padre Pro sea Patriarca de esta Comunidad
y de que sea un Beato mexicano, habla del fuerte impacto que tuvo su vida en la
Iglesia Católica, e intuye la semejanzas que hay entre la vida del Beato y la
vida de la Comunidad.
El
objetivo de este texto es presentar argumentos concretos de por qué el Padre
Pro es Patriarca de los Misioneros de Familia y Juventud, mediante la
profundización de las virtudes mencionadas anteriormente, y analizando hechos,
acciones y palabras de la vida del Beato.
La
caridad “es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas
por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”.3
En otras palabras, la caridad es el amor a los demás; es tener un corazón
indiviso para amar sin medida tal como Cristo ama a la humanidad. Esta virtud
ha estado presente durante toda la vida del Padre Pro y poco a poco la fue
desarrollando, especialmente en sus años de estudiante, para después llevarla a
su plenitud siendo sacerdote.
Cuando
Miguel era estudiante, manifestaba la caridad con sus hermanos al preocuparse
por ellos, al atenderlos, al aconsejarlos y sobre todo amándolos; les jugaba
bromas y les levantaba el ánimo, les dejaba notas o recados felicitándolos por
ciertos logros y les prestaba cualquier cosa que necesitaran. Más adelante,
estando en México como sacerdote, esta virtud se desborda en la persona del
Beato: amaba sin medida a niños, jóvenes, adultos y ancianos; vivía para los
fieles, repartía sacramentos, oficiaba misas, repartía la comunión, regalaba
sus pertenencias a los pobres y necesitados, y guiaba a las almas a Dios y a su
vocación.
El
Padre Pro vive la caridad gracias a su sensibilidad y empatía por las
necesidades de las personas. Al ver a personas en el sufrimiento o en la
confusión e incertidumbre, despertaba en él un amor profundo, sentía con el
corazón de Cristo y era inevitable para él no hacer nada por todas esas
personas. El Padre Pro llevó hasta el extremo las acciones caritativas: creó
una organización para otorgar comida a familias pobres y necesitadas, adoptó a
un niño y lo cuidó como si fuera su propio hijo, daba todo lo que tenía a pesar
de él quedarse sin nada, y guiaba con profundo fervor a las almas
desconcertadas, descuidadas, confundidas y solitarias; daba seguimientos
vocacionales por medio de cartas y siempre procuraba responder a todos los que
le escribían, aconsejaba a todos y realmente amaba a los demás como si fuera
Jesucristo mismo: “¿Estás ya segura de que Dios te llama a la vida religiosa;
pero ciertos pormenores, ciertos obstáculos, que tú tomas como expresión de la
voluntad de Dios, te hacen vacilar aún? ¡Táctica es ésta muy vieja del demonio!
No, tu vocación es clara y de ella no tengo la menor duda. Confía en la
persuasión de un miserable pecador que te conoce y estima…” 4 En
este abstracto de una carta escrita por el Padre Pro a una joven con inquietud
vocacional, se puede observar la sensibilidad y el amor con la que se dirige a
ella y trata de guiarla y aconsejarla, resaltándose en él la virtud de la
caridad.
Así como el Padre Pro, los Misioneros de
Familia y Juventud buscan vivir la caridad apostólica respondiendo con amor y entusiasmo
al servicio del Señor y de los hermanos encomendados en la misión, para así
alcanzar “la perfección sobrenatural del amor divino”.5
El
trabajo incansable y creativo es la acción continua en la que una persona
ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza, sin
desfallecer y de forma única, para prestar un servicio a la comunidad humana.
“El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Soportando el
peso del trabajo, en unión con Jesús, el hombre colabora en cierta manera con
el Hijo de Dios con su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo
llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar”.6
Por lo tanto, el trabajo incansable y creativo es honrar a Dios permanentemente
y de manera auténtica.
El
Padre Pro comienza a vivir el trabajo incansable desde la caridad. Desde
pequeño fue muy trabajador a un lado de su padre, y al desarrollarse en su vida
consagrada logra darle un sentido a todo su trabajo y esfuerzo: Cristo; y al
darle un sentido, todo su trabajo se volvió inagotable y cada vez más fresco y
nuevo. Ya como sacerdote, el apostolado que ejercía demandaba mucho tiempo y
esfuerzo, y fue en la evangelización donde llevó a la plenitud esa virtud:
confesiones todo el día, misas, comuniones, conferencias, atención a los
fieles, etc. También en la caridad alcanzó la plenitud de esta virtud: se
desvivía por conseguir alimento para familias, por ayudar a los pobres y en
generar comisiones de auxilios. Dejaba de dormir o de comer con tal de trabajar
por Cristo en su misión salvadora. Su trabajo creativo se manifestó en su forma
de evangelizar: yendo de un lado para otro repartiendo la Comunión, estando con
los niños, con los jóvenes y con las familias, vistiendo disfraces en las
calles y animando a la gente con bromas y buen humor.
Hasta
en sus últimos minutos de vida el Padre Pro trabajó incansablemente y
creativamente evangelizando en la prisión y perdonando a sus verdugos. La
evangelización con su testimonio fue el fruto de su trabajo. “De ministerios
vamos al corriente. Jesús me valga; si no hay tiempo ni de resollar. Y como
estoy metido hasta las cejas en eso de dar de comer al que no tiene, y son
muchos los que no tienen, le aseguro que ando como trompo de aquí para allá y
con tan buena pata…” 7 En este fragmento de una carta del Padre Pro
al Padre Valle se puede observar la exigencia de su apostolado pero al mismo
tiempo el esfuerzo y la energía que hacía vida en él.
Los
Misioneros de Familia y Juventud se asemejan al Padre Pro en tan exigente y
virtuoso trabajo incansable y también creativo, pues en las acciones del día a
día, en la disposición a sobrellevar tempestades, cansancio, incomodidades y
desprecio y en la templanza se encuentra la clave para realizar con fidelidad
la misión salvífica de Cristo. Como Jesús caminó por el calvario sin rendirse,
así el Padre Pro hacia el martirio y así los Misioneros en la evangelización de
jóvenes y familias día con día.
Cuando
se realiza un sacrificio para un bien a una persona o a la humanidad, se hace
una entrega de amor a Dios, la cual une al sacrificio de Cristo en la cruz.
Cuando se habla de entrega se habla de morir a uno mismo, de darlo todo por el
prójimo, en quien se encuentra Jesús. Cada sacrificio del cuerpo, del alma y
del espíritu son ofrendas que se entregan a Dios por motivo de la misión
salvadora que Cristo comparte a los hombres. “Verdadero sacrificio es toda obra
que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía”. 8
El
martirio del Padre Pro es el ejemplo más claro en el que se puede apreciar la
virtud de entrega, pero también es importante el hecho de que la vida entera
del Beato fue una vida de entrega, sacrificio y abandono en Dios. Primero que
nada se entrega al trabajo y mantenimiento de su familia, se entrega fielmente
a al Virgen María, entrega su vida a Dios al entrar al seminario: su tiempo, su
disposición, su trabajo, sus estudios, sus gustos, sus comodidades, su familia,
sus sufrimientos, dolores y enfermedades. Como sacerdote se entregó a los
fieles, a los enfermos, a los pobres, a los desamparados, a los ignorantes y a los necesitados; a todas las almas. El
Padre Pro siempre le entregó todo a Dios, y su entrega culminó con la más
valiosa e importante: su alma, su vida.
La
clave de la entrega se encuentra en el primer mandamiento de Dios “Amarás al
Señor tu Dios sobre todas las cosas, con todo tu corazón, con toda tu mente y
con todas tus fuerzas”.9 Amar a Dios sobre todas las cosas significa
amarlo más que a la propia vida, es estar lleno de amor y darlo sin medida, es
un amor agapé, es decir, un amor a
Dios que alimenta por medio de toda la humanidad. El Padre Pro pudo hacer vida
ese amor de entrega y sacrificio. En su deseo de alcanzar el martirio escribe:
“Tan palpablemente veo la ayuda de Dios que casi, casi, temo que no me maten en
estas andanzas, lo cual sería un fracaso para mí, que tanto suspiro por ir al
cielo a echar unos arpegios con guitarra con el ángel de mi guarda”.10
Se puede apreciar que hasta sentía emoción el Beato por morir entregando su
vida por Cristo, realizando su misión guiando almas hacia Dios.
Para
los Misioneros de Familia y Juventud, el Padre Pro es un modelo del sacrificio
y la entrega que se tiene que realizar en cada trabajo y apostolado, de morir a
uno mismo y darse a los demás, de negar la propia vida para darlo todo por la
salvación de las almas de los jóvenes y de las familias: “Ofrecemos con
esperanza nuestras cualidades y energías, conocimientos y tiempo,
disponibilidad y entrega a Dios Liberador para transmitirles su Amor con
predilección”.11 El Beato es ejemplo y motivación para hacer
sacrificios dentro de la vida comunitaria.
La
alegría llega a ser más que una emoción para convertirse en la virtud de vivir
animado. Vivir, es decir, movimiento: ser y hacer; y animado, es decir, dar
vida o energía. Por lo tanto, la plenitud de esta virtud es la felicidad puesto
que la alegría se convierte en una forma de vivir. La alegría de todo cristiano
se fundamenta en Cristo ya que Él es el camino, la verdad y la vida; estar en
presencia de Dios es alcanzar la verdadera felicidad. Comenta el Papa
Francisco: “La alegría es como el sello del cristiano, también en el dolor, en
las tribulaciones, aún en las persecuciones”.12 La alegría está
cimentada en la esperanza dado que Cristo venció a la muerte y Resucitó. Así
como el que conoce a Dios le es imposible no amarlo, también quien conoce a
Dios le es imposible no estar alegre.
Desde
niño el Padre Pro se distinguió por ser siempre alegre, risueño y juguetón.
Poco a poco fue madurando esta virtud para pasar de una alegría momentánea a
una alegría cristiana y verdadera. Se reconoce esta virtud del Beato porque era
muy animoso con sus hermanos, le gustaba hacer bromas, contar chistes, hacer
representaciones teatrales o simplemente tener una plática divertida y
agradable, pero lo más importante fue que sabía identificar los momentos
precisos para manifestar la alegría de su alma: daba momento para la
espiritualidad y otro para la diversión, se mantenía alegre en momentos de
enfermedad, tribulaciones o dificultades, utilizaba la alegría para llegar a
los corazones de las personas y vivía plenamente la alegría del Evangelio. “En
la clínica de Saint Remy conservaba, sin embargo, la expansiva alegría de
siempre. –Cuando se ve al Padre Pro más desbordante que de costumbre, solían
decir sus amigos, es que sufre más que nunca. De aquí se podrá deducir: ¡qué
alegría difundiría a su alrededor en la clínica cuando sus penas eran mayores
que de costumbre! La hermana que lo cuidaba tenía siempre motivo de risa. Los
amigos de Enghien que iban a consolarle, no tenían mucho trabajo para
conseguirlo. Más bien era él quien los esforzaba. Las religiosas, que formaban
entre sí una verdadera familia en esta clínica particular, pasaban a su lado
momentos deliciosos”.13 Se puede apreciar claramente que esta virtud
del Beato daba muchos frutos, y al ser algo parte de su personalidad, daba un
rostro único y carismático de Cristo.
En
la comunidad de ALPAFJ se vive la alegría a ejemplo del Padre Pro: en los
momentos de dificultad, en el trabajo, con los jóvenes, con las familias, en el
día a día, en la convivencia y apostolado, en la evangelización y en el
encuentro con Dios. Se vive la alegría del cuerpo y del espíritu: saberse amado
por Dios y disfrutar todo lo que se hace para alcanzar una alegría verdadera en
Cristo.
La
obediencia es la sumisión de la voluntad a una autoridad, es el proceso de escuchar
para después actuar. “El deber de obediencia impone a todos la obligación de
dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y,
según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen”.14
Quien obedece es libre, pues la libertad se ejerce en el servicio del bien y de
la justicia. Por lo tanto, se entiende que obedecer es someterse libremente a
la Palabra de Dios escuchada por el hombre.
El
Padre Pro fue siempre fiel y obediente a Dios, pero la obediencia a Dios no es
sólo hacer lo que Él pide en ciertos momentos de la vida, y precisamente el
Beato fue obediente a sus papás desde que era muy pequeño, fue obediente a sus
maestros, padres formadores y provinciales, fue obediente y sumiso a la Virgen
María, y toda esta obediencia alcanza su plenitud en Dios. Primordialmente, fue
obediente a Dios al responder a la invitación de entregar su vida en el
martirio por causa de su constante evangelización en el pueblo mexicano, y esta
obediencia va de la mano con la virtud de entrega en cada detalle del día a
día.
Probablemente
la obediencia fue una de las virtudes que más le costó al Padre Pro, ya que él
tenía el ardiente deseo de salir y evangelizar en las calles a pesar de la
persecución de la Iglesia y de los dolores y enfermedades que sufría, y
precisamente ante estos deseos profundos de su alma, venían las órdenes de
encierro, de descanso y de aislamiento por su propia salud y seguridad. En
fechas de persecución, el Beato escribe al Padre Provincial: “Yo sé que más
hago por él hundido en un pobre cuarto, por obediencia, que en medio de la
plaza por propia voluntad; pero tampoco es desobediencia el pedir a mi superior
permiso para hacer algo, pudiéndolo hacer sin mucho peligro y eso a pesar de la
orden de mi superior inmediato”.15 Se puede observar que a pesar de
tener sus planes y querer hacer su propia voluntad, se somete a Dios a través
del Padre Provincial para ser obediente y realizar la voluntad de Dios.
Así
como Cristo fue obediente al Padre, el Beato fue obediente a Cristo, y de esta
misma manera los Misioneros de Familia y Juventud buscan vivir la obediencia.
“En nuestra Sociedad, la obediencia personal y comunitaria y el ejercicio de la
autoridad tienen la misma esencia y finalidad: la de construir juntos, con la
luz del Espíritu, el Reinado de Dios, lo cual nos conduce a la disponibilidad y
a la corresponsabilidad”.16 Un Misionero deja sus propios planes
para vivir los planes de Dios, siendo obediente a los padres formadores y a
otras autoridades, tal como el Padre Pro lo hizo en su vida; con plena libertad
y profundo amor puesto que es una entrega de la propia voluntad.
En
conclusión, se puede afirmar que el Padre Pro es Patriarca de los Misioneros de
Familia y Juventud por su virtud de caridad, amando sin medida a la humanidad;
de trabajo incansable y creativo, llevando el Evangelio fresco al pueblo
mexicano; de entrega, sin miedo a morir por la misión salvadora de Cristo; de
alegría, demostrando la cercanía de Dios e irradiando el rostro de Cristo; y de
obediencia, siendo fiel a la Palabra de Dios.
El
Beato es un claro ejemplo para los misioneros porque “es mexicano, y hace que
nos identifiquemos con él, también por su gran ingenio apostólico y por su
fidelidad hasta la muerte”. 17 El testimonio de los mismos miembros
de la Comunidad es un claro ejemplo del impacto que tiene la vida del Padre Pro
en el estilo de vida: “la vida del P. Pro nos muestra que vale la pena vivir y
morir por Cristo… la vida del P. Pro nos impulsa a caminar inclusive en los
momentos difíciles que quizá no nos agradan tanto”.18
Personalmente,
yo creo que es fundamental tener como Patriarca al Padre Pro, porque para mí es
un ejemplo más cercano de cómo ser un buen apóstol de Cristo. Conocer su vida
es una motivación para vivir a lo que nos invita nuestro carisma: a
entregarnos, a ser alegres, creativos en nuestro modo de evangelización, a ser
obedientes y a amar sin medida con un corazón para todos sin excepción. La
espiritualidad del Padre Pro me confronta a abandonarme en Dios más seguido, en
confiar en su infinita misericordia y providencia, y en desear también un
martirio en el que pueda morir realizando la misión que Dios me comparte dentro
de este carisma de la familia y de la juventud. Definitivamente puedo comprobar
por qué el Beato Miguel Agustín Pro es Patriarca de nuestra sociedad: al ser él
modelo de Cristo, es un reflejo de la identidad de un Misionero de Familia y
Juventud.
José Román Martínez MFJ
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