lunes, 23 de noviembre de 2015

Beato Miguel Agustin Pro, Patriarca de los MFJ

Padre de las Familias y de los Jóvenes



“¡Oh mis almas de titanes, que recorren su sendero sin probar el dulce néctar que se encuentra en el amor!”1 Es así como el Padre Pro expresa su razón de vivir y su misión compartida por Cristo. El Beato Miguel Agustín Pro Juárez fue un sacerdote Jesuita, mártir y mexicano que murió por la causa de Cristo, de manera específica por la evangelización y salvación de las almas, especialmente de México.
Nació en el seno de una familia muy cristiana el 13 de enero de 1891 en Guadalupe, Zacatecas. Sus padres Miguel y Josefa lo fueron llevando por el sendero de su vocación desde temprana edad. Fue el tercer hijo de once hermanos y parte de su adolescencia trabajó en las minas con su padre. Siempre fue un niño muy alegre y obediente, devoto a la Virgen María y entregado a su familia. Parte de su formación sacerdotal fue fuera de México y cuando regresó ejerciendo el ministerio sacerdotal le tocó vivir los años de la guerra cristera (conflicto entre el gobierno mexicano y la Iglesia), lo cual le ayudó a convertirse en un Cristo nuevo y auténtico  para el pueblo mexicano.
La vida entera del Padre Pro es completamente ejemplar, pero desde su sacerdocio se puede afirmar que se convirtió en modelo de Cristo de manera única y original para todos los católicos. Debido a la riqueza que aporta su vida, siendo “sacerdote modelo de alegría, de creatividad apostólica y audacia en su fidelidad a Cristo, a la Iglesia, a su Misión y a su Patria”,2 se constituyó Patriarca de la comunidad de Misioneros de Familia y Juventud, reconociendo en él específicamente las virtudes de la caridad, el trabajo incansable, la entrega, la alegría y la obediencia.
Los Misioneros de Familia y Juventud (MFJ), o también conocidos como Aliados para la Familia y la Juventud (ALPAFJ), son una sociedad de vida apostólica constituida por sacerdotes y laicos consagrados vinculados en una Alianza con Dios, que tienen la misión de transmitir de manera dinámica el amor de Cristo, preferentemente en la familia y la juventud, para construir el Reino de Dios aquí en la tierra. El hecho de que el Padre Pro sea Patriarca de esta Comunidad y de que sea un Beato mexicano, habla del fuerte impacto que tuvo su vida en la Iglesia Católica, e intuye la semejanzas que hay entre la vida del Beato y la vida de la Comunidad.
El objetivo de este texto es presentar argumentos concretos de por qué el Padre Pro es Patriarca de los Misioneros de Familia y Juventud, mediante la profundización de las virtudes mencionadas anteriormente, y analizando hechos, acciones y palabras de la vida del Beato.
La caridad “es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”.3 En otras palabras, la caridad es el amor a los demás; es tener un corazón indiviso para amar sin medida tal como Cristo ama a la humanidad. Esta virtud ha estado presente durante toda la vida del Padre Pro y poco a poco la fue desarrollando, especialmente en sus años de estudiante, para después llevarla a su plenitud siendo sacerdote.
Cuando Miguel era estudiante, manifestaba la caridad con sus hermanos al preocuparse por ellos, al atenderlos, al aconsejarlos y sobre todo amándolos; les jugaba bromas y les levantaba el ánimo, les dejaba notas o recados felicitándolos por ciertos logros y les prestaba cualquier cosa que necesitaran. Más adelante, estando en México como sacerdote, esta virtud se desborda en la persona del Beato: amaba sin medida a niños, jóvenes, adultos y ancianos; vivía para los fieles, repartía sacramentos, oficiaba misas, repartía la comunión, regalaba sus pertenencias a los pobres y necesitados, y guiaba a las almas a Dios y a su vocación.
El Padre Pro vive la caridad gracias a su sensibilidad y empatía por las necesidades de las personas. Al ver a personas en el sufrimiento o en la confusión e incertidumbre, despertaba en él un amor profundo, sentía con el corazón de Cristo y era inevitable para él no hacer nada por todas esas personas. El Padre Pro llevó hasta el extremo las acciones caritativas: creó una organización para otorgar comida a familias pobres y necesitadas, adoptó a un niño y lo cuidó como si fuera su propio hijo, daba todo lo que tenía a pesar de él quedarse sin nada, y guiaba con profundo fervor a las almas desconcertadas, descuidadas, confundidas y solitarias; daba seguimientos vocacionales por medio de cartas y siempre procuraba responder a todos los que le escribían, aconsejaba a todos y realmente amaba a los demás como si fuera Jesucristo mismo: “¿Estás ya segura de que Dios te llama a la vida religiosa; pero ciertos pormenores, ciertos obstáculos, que tú tomas como expresión de la voluntad de Dios, te hacen vacilar aún? ¡Táctica es ésta muy vieja del demonio! No, tu vocación es clara y de ella no tengo la menor duda. Confía en la persuasión de un miserable pecador que te conoce y estima…” 4 En este abstracto de una carta escrita por el Padre Pro a una joven con inquietud vocacional, se puede observar la sensibilidad y el amor con la que se dirige a ella y trata de guiarla y aconsejarla, resaltándose en él la virtud de la caridad.
 Así como el Padre Pro, los Misioneros de Familia y Juventud buscan vivir la caridad apostólica respondiendo con amor y entusiasmo al servicio del Señor y de los hermanos encomendados en la misión, para así alcanzar “la perfección sobrenatural del amor divino”.5
El trabajo incansable y creativo es la acción continua en la que una persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza, sin desfallecer y de forma única, para prestar un servicio a la comunidad humana. “El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Soportando el peso del trabajo, en unión con Jesús, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios con su obra redentora. Se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a realizar”.6 Por lo tanto, el trabajo incansable y creativo es honrar a Dios permanentemente y de manera auténtica.
El Padre Pro comienza a vivir el trabajo incansable desde la caridad. Desde pequeño fue muy trabajador a un lado de su padre, y al desarrollarse en su vida consagrada logra darle un sentido a todo su trabajo y esfuerzo: Cristo; y al darle un sentido, todo su trabajo se volvió inagotable y cada vez más fresco y nuevo. Ya como sacerdote, el apostolado que ejercía demandaba mucho tiempo y esfuerzo, y fue en la evangelización donde llevó a la plenitud esa virtud: confesiones todo el día, misas, comuniones, conferencias, atención a los fieles, etc. También en la caridad alcanzó la plenitud de esta virtud: se desvivía por conseguir alimento para familias, por ayudar a los pobres y en generar comisiones de auxilios. Dejaba de dormir o de comer con tal de trabajar por Cristo en su misión salvadora. Su trabajo creativo se manifestó en su forma de evangelizar: yendo de un lado para otro repartiendo la Comunión, estando con los niños, con los jóvenes y con las familias, vistiendo disfraces en las calles y animando a la gente con bromas y buen humor.
Hasta en sus últimos minutos de vida el Padre Pro trabajó incansablemente y creativamente evangelizando en la prisión y perdonando a sus verdugos. La evangelización con su testimonio fue el fruto de su trabajo. “De ministerios vamos al corriente. Jesús me valga; si no hay tiempo ni de resollar. Y como estoy metido hasta las cejas en eso de dar de comer al que no tiene, y son muchos los que no tienen, le aseguro que ando como trompo de aquí para allá y con tan buena pata…” 7 En este fragmento de una carta del Padre Pro al Padre Valle se puede observar la exigencia de su apostolado pero al mismo tiempo el esfuerzo y la energía que hacía vida en él.
Los Misioneros de Familia y Juventud se asemejan al Padre Pro en tan exigente y virtuoso trabajo incansable y también creativo, pues en las acciones del día a día, en la disposición a sobrellevar tempestades, cansancio, incomodidades y desprecio y en la templanza se encuentra la clave para realizar con fidelidad la misión salvífica de Cristo. Como Jesús caminó por el calvario sin rendirse, así el Padre Pro hacia el martirio y así los Misioneros en la evangelización de jóvenes y familias día con día.
Cuando se realiza un sacrificio para un bien a una persona o a la humanidad, se hace una entrega de amor a Dios, la cual une al sacrificio de Cristo en la cruz. Cuando se habla de entrega se habla de morir a uno mismo, de darlo todo por el prójimo, en quien se encuentra Jesús. Cada sacrificio del cuerpo, del alma y del espíritu son ofrendas que se entregan a Dios por motivo de la misión salvadora que Cristo comparte a los hombres. “Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa compañía”. 8
El martirio del Padre Pro es el ejemplo más claro en el que se puede apreciar la virtud de entrega, pero también es importante el hecho de que la vida entera del Beato fue una vida de entrega, sacrificio y abandono en Dios. Primero que nada se entrega al trabajo y mantenimiento de su familia, se entrega fielmente a al Virgen María, entrega su vida a Dios al entrar al seminario: su tiempo, su disposición, su trabajo, sus estudios, sus gustos, sus comodidades, su familia, sus sufrimientos, dolores y enfermedades. Como sacerdote se entregó a los fieles, a los enfermos, a los pobres, a los desamparados, a los ignorantes  y a los necesitados; a todas las almas. El Padre Pro siempre le entregó todo a Dios, y su entrega culminó con la más valiosa e importante: su alma, su vida.
La clave de la entrega se encuentra en el primer mandamiento de Dios “Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.9 Amar a Dios sobre todas las cosas significa amarlo más que a la propia vida, es estar lleno de amor y darlo sin medida, es un amor agapé, es decir, un amor a Dios que alimenta por medio de toda la humanidad. El Padre Pro pudo hacer vida ese amor de entrega y sacrificio. En su deseo de alcanzar el martirio escribe: “Tan palpablemente veo la ayuda de Dios que casi, casi, temo que no me maten en estas andanzas, lo cual sería un fracaso para mí, que tanto suspiro por ir al cielo a echar unos arpegios con guitarra con el ángel de mi guarda”.10 Se puede apreciar que hasta sentía emoción el Beato por morir entregando su vida por Cristo, realizando su misión guiando almas hacia Dios.
Para los Misioneros de Familia y Juventud, el Padre Pro es un modelo del sacrificio y la entrega que se tiene que realizar en cada trabajo y apostolado, de morir a uno mismo y darse a los demás, de negar la propia vida para darlo todo por la salvación de las almas de los jóvenes y de las familias: “Ofrecemos con esperanza nuestras cualidades y energías, conocimientos y tiempo, disponibilidad y entrega a Dios Liberador para transmitirles su Amor con predilección”.11 El Beato es ejemplo y motivación para hacer sacrificios dentro de la vida comunitaria.
La alegría llega a ser más que una emoción para convertirse en la virtud de vivir animado. Vivir, es decir, movimiento: ser y hacer; y animado, es decir, dar vida o energía. Por lo tanto, la plenitud de esta virtud es la felicidad puesto que la alegría se convierte en una forma de vivir. La alegría de todo cristiano se fundamenta en Cristo ya que Él es el camino, la verdad y la vida; estar en presencia de Dios es alcanzar la verdadera felicidad. Comenta el Papa Francisco: “La alegría es como el sello del cristiano, también en el dolor, en las tribulaciones, aún en las persecuciones”.12 La alegría está cimentada en la esperanza dado que Cristo venció a la muerte y Resucitó. Así como el que conoce a Dios le es imposible no amarlo, también quien conoce a Dios le es imposible no estar alegre.
Desde niño el Padre Pro se distinguió por ser siempre alegre, risueño y juguetón. Poco a poco fue madurando esta virtud para pasar de una alegría momentánea a una alegría cristiana y verdadera. Se reconoce esta virtud del Beato porque era muy animoso con sus hermanos, le gustaba hacer bromas, contar chistes, hacer representaciones teatrales o simplemente tener una plática divertida y agradable, pero lo más importante fue que sabía identificar los momentos precisos para manifestar la alegría de su alma: daba momento para la espiritualidad y otro para la diversión, se mantenía alegre en momentos de enfermedad, tribulaciones o dificultades, utilizaba la alegría para llegar a los corazones de las personas y vivía plenamente la alegría del Evangelio. “En la clínica de Saint Remy conservaba, sin embargo, la expansiva alegría de siempre. –Cuando se ve al Padre Pro más desbordante que de costumbre, solían decir sus amigos, es que sufre más que nunca. De aquí se podrá deducir: ¡qué alegría difundiría a su alrededor en la clínica cuando sus penas eran mayores que de costumbre! La hermana que lo cuidaba tenía siempre motivo de risa. Los amigos de Enghien que iban a consolarle, no tenían mucho trabajo para conseguirlo. Más bien era él quien los esforzaba. Las religiosas, que formaban entre sí una verdadera familia en esta clínica particular, pasaban a su lado momentos deliciosos”.13 Se puede apreciar claramente que esta virtud del Beato daba muchos frutos, y al ser algo parte de su personalidad, daba un rostro único y carismático de Cristo.
En la comunidad de ALPAFJ se vive la alegría a ejemplo del Padre Pro: en los momentos de dificultad, en el trabajo, con los jóvenes, con las familias, en el día a día, en la convivencia y apostolado, en la evangelización y en el encuentro con Dios. Se vive la alegría del cuerpo y del espíritu: saberse amado por Dios y disfrutar todo lo que se hace para alcanzar una alegría verdadera en Cristo.
La obediencia es la sumisión de la voluntad a una autoridad, es el proceso de escuchar para después actuar. “El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen”.14 Quien obedece es libre, pues la libertad se ejerce en el servicio del bien y de la justicia. Por lo tanto, se entiende que obedecer es someterse libremente a la Palabra de Dios escuchada por el hombre.
El Padre Pro fue siempre fiel y obediente a Dios, pero la obediencia a Dios no es sólo hacer lo que Él pide en ciertos momentos de la vida, y precisamente el Beato fue obediente a sus papás desde que era muy pequeño, fue obediente a sus maestros, padres formadores y provinciales, fue obediente y sumiso a la Virgen María, y toda esta obediencia alcanza su plenitud en Dios. Primordialmente, fue obediente a Dios al responder a la invitación de entregar su vida en el martirio por causa de su constante evangelización en el pueblo mexicano, y esta obediencia va de la mano con la virtud de entrega en cada detalle del día a día.
Probablemente la obediencia fue una de las virtudes que más le costó al Padre Pro, ya que él tenía el ardiente deseo de salir y evangelizar en las calles a pesar de la persecución de la Iglesia y de los dolores y enfermedades que sufría, y precisamente ante estos deseos profundos de su alma, venían las órdenes de encierro, de descanso y de aislamiento por su propia salud y seguridad. En fechas de persecución, el Beato escribe al Padre Provincial: “Yo sé que más hago por él hundido en un pobre cuarto, por obediencia, que en medio de la plaza por propia voluntad; pero tampoco es desobediencia el pedir a mi superior permiso para hacer algo, pudiéndolo hacer sin mucho peligro y eso a pesar de la orden de mi superior inmediato”.15 Se puede observar que a pesar de tener sus planes y querer hacer su propia voluntad, se somete a Dios a través del Padre Provincial para ser obediente y realizar la voluntad de Dios.
Así como Cristo fue obediente al Padre, el Beato fue obediente a Cristo, y de esta misma manera los Misioneros de Familia y Juventud buscan vivir la obediencia. “En nuestra Sociedad, la obediencia personal y comunitaria y el ejercicio de la autoridad tienen la misma esencia y finalidad: la de construir juntos, con la luz del Espíritu, el Reinado de Dios, lo cual nos conduce a la disponibilidad y a la corresponsabilidad”.16 Un Misionero deja sus propios planes para vivir los planes de Dios, siendo obediente a los padres formadores y a otras autoridades, tal como el Padre Pro lo hizo en su vida; con plena libertad y profundo amor puesto que es una entrega de la propia voluntad.
En conclusión, se puede afirmar que el Padre Pro es Patriarca de los Misioneros de Familia y Juventud por su virtud de caridad, amando sin medida a la humanidad; de trabajo incansable y creativo, llevando el Evangelio fresco al pueblo mexicano; de entrega, sin miedo a morir por la misión salvadora de Cristo; de alegría, demostrando la cercanía de Dios e irradiando el rostro de Cristo; y de obediencia, siendo fiel a la Palabra de Dios.
El Beato es un claro ejemplo para los misioneros porque “es mexicano, y hace que nos identifiquemos con él, también por su gran ingenio apostólico y por su fidelidad hasta la muerte”. 17 El testimonio de los mismos miembros de la Comunidad es un claro ejemplo del impacto que tiene la vida del Padre Pro en el estilo de vida: “la vida del P. Pro nos muestra que vale la pena vivir y morir por Cristo… la vida del P. Pro nos impulsa a caminar inclusive en los momentos difíciles que quizá no nos agradan tanto”.18

Personalmente, yo creo que es fundamental tener como Patriarca al Padre Pro, porque para mí es un ejemplo más cercano de cómo ser un buen apóstol de Cristo. Conocer su vida es una motivación para vivir a lo que nos invita nuestro carisma: a entregarnos, a ser alegres, creativos en nuestro modo de evangelización, a ser obedientes y a amar sin medida con un corazón para todos sin excepción. La espiritualidad del Padre Pro me confronta a abandonarme en Dios más seguido, en confiar en su infinita misericordia y providencia, y en desear también un martirio en el que pueda morir realizando la misión que Dios me comparte dentro de este carisma de la familia y de la juventud. Definitivamente puedo comprobar por qué el Beato Miguel Agustín Pro es Patriarca de nuestra sociedad: al ser él modelo de Cristo, es un reflejo de la identidad de un Misionero de Familia y Juventud.

José Román Martínez MFJ

sábado, 21 de noviembre de 2015

“La Santidad consiste en estar siempre Alegres” pero ¿En qué consiste de verdadera Alegría?


Cada uno de nosotros estamos llamados a la Santidad, esto es algo que tal vez se nos ha dicho muchas veces y que cualquiera que realmente conozca a Dios desea realizar, pero ¿En qué consiste la Santidad? Realmente ¿podemos ser Santos en esta vida?

Pensando en estas preguntas me encontré con esto que nos dice San Juan Bosco, “la Santidad consiste en estar siempre Alegres” al principio esto me genero un conflicto, pues siempre he entendido la Alegría como una emoción, es decir algo momentario, entonces ¿cómo se puede estar siempre alegre? Y más aún ¿En qué consiste esta alegría?

Existen muchas cosas que nos pueden poner alegres, algunas que podemos considerar buenas, por ejemplo un regalo, aprobar un examen, lograr algo por lo que te has esforzado, así también hay otras cosas que nos alegran que podemos considerar malas, por ejemplo, consumir alcohol, burlarse de alguna persona, el éxito a consta de los demás.

Entonces me he querido hacer esta pregunta, ¿Cómo identificar cual es la verdadera Alegría, la que nos lleva a la Santidad? Empecemos por pensar en la alegría más grande que hemos sentido, esa que aunque ha sido parte de un momento especifico de nuestra vida, y ha quedado grabada en nuestra mente y corazón, tanto que es posible identificarla sobre muchas otras, y si compartiéramos cada una de ellas llegaríamos a concluir que todas tienen algo en común y es que los momentos más felices de nuestra vida han sido en los cuales, nos hemos sentido verdadera y realmente amados, son cuando descubrimos gracias al amor de otro, el gran valor que tenemos por el hecho de ser quien somos, y con mucha más razón cuando nos descubrimos amados por Dios.

Entendiendo esto podemos darle más sentido a la frase de Don Bosco. Pero si la alegría es una emoción, por tanto momentaria, entonces ¿Cómo se puede estar siempre alegre? Yo considero que, el estar siempre alegre, no se puede decir de cualquier alegría, sino solo de la alegría que proviene entonces de un amor de siempre, es decir del amor de Dios, en otras palabras solamente ante el Amor de Dios podemos estar siempre alegres, pues Él nos ama siempre, pues podemos decir como San Pablo que estamos convencidos de que “Ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo futuro, podrá apartarnos del amor de Dios” Rm 8, 38, otras alegrías aparecen y desaparecen no así esta alegría.

Con esto llegamos a un mejor entendimiento, es decir la Santidad consiste en saber y sentirnos profundamente amados por Dios, reconociendo que en ese amor no cambia con el tiempo, y que no tiene límites.

Pero entender esto implica un reto, pues podemos ver en la experiencia que no siempre logramos descubrir el amor de Dios en nuestras vidas, esto implica siempre un esfuerzo, un estar abiertos a las infinitas formas de expresión de su amor, cosa que se nos complica pues por nuestra vida e historia solo hemos aprendido a recibirlo de ciertas maneras, por ejemplo, hay para quienes es necesario la expresión verbal para sentirse amados, para ellos si no escuchan las palabras “te amo” entonces es difícil que se sientan. Para otros solo basta con la presencia en los momentos difíciles, sin expresión de palabras. Pero que nos indica todo esto, que es necesario aprender a descubrir cómo es que Dios nos ama a cada momento.

A veces es mediante algunas personas, a veces a través de un hermoso paisaje, siempre a través de su palabra y la muestra más grande a través de la eucaristía (he tenido la dicha de percibir como todo el cuerpo vibra y se conmueve ante la presencia de la eucaristía, y descubierto que si efectivamente Dios nos ama mucho a través de este medio, pues es Él mismo dándose), incluso también en las pruebas Dios nos demuestra cuanto nos ama, y es en estas últimas donde se manifiesta una alegría diferente, es decir la alegría de las bienaventuranzas (alégrense los que sufren, porque serán consolados).

Estoy seguro que esto San Juan Bosco lo descubrió y lo vivió, y ahora nos toca a nosotros vivir en Alegría, así es que esforcémonos siempre por ser Santos, es decir “Estar siempre Alegres”.





Javier Benavente MFJ

jueves, 19 de noviembre de 2015

Elementos de toda Vocación


   Todos tenemos una vocación (llamado) a la vida y en la vida, por lo que es necesario descubrir el ¿para qué Dios me ha creado?,  y encontrar así el lugar adecuado para responder y cumplir con la misión de  construir el Reino de Dios en el seguimiento de Cristo que todo bautizado está llamado (Vocación cristiana). Por lo tanto, la vocación no se limita al Sacerdocio o Vida Consagrada, sino que involucra a la Vida Laical (Matrimonio, soltería) y cada uno tiene su importancia en el Cuerpo Místico de Cristo.

    Elementos de la Vocación:

a.       La Llamada: Es el elemento Divino, es Dios quien llama al joven en su situación histórica, de una forma única, gratuita e irrepetible para desarrollar al máximo sus potencialidades. Es un llamado interno y en la conciencia de la persona. Dios llama a santos y a pecadores, grandes y pequeños, e intensifica su llamado cuando quiere y como quiere. En la Vida Consagrada, es esencial el saberse y sentirse muy amado por Dios, quien elige no por los méritos de habilidades o de aptitudes, ni por lástima como para remediar los errores, sino porque Él quiere escogerlo (Mc. 3,13). Dios utiliza medios ordinarios (mediaciones) para llamar a la persona porque no quiere obligar a nadie para vivir en el amor.

b.      La Respuesta: es el elemento humano, la persona responde con sus actitudes, que coincide con el llamado de Dios, teniendo disponibilidad, docilidad y responsabilidad de acuerdo a su naturaleza humana (Lc. 14,28).  Esta respuesta necesita ser completamente libre, consciente, responsable y dinámica, según la experiencia de la fe. La persona responde dentro de una situación histórica concreta.

c.       La Misión: Es la tarea evangelizadora que el Espíritu encomienda a la persona y a la Iglesia de manera específica, siempre en orden a la edificación del Reino de Dios. Es el fin y donde se desarrolla el acontecimiento vocacional.